ADVERTENCIA: Si lo único que te interesa de Japón son los tebeos, los videojuegos y los teléfonos móviles, ya puedes ir alejando tu desagradable trasero de este blog, porque no eres en absoluto bien recibido. Este es un blog sobre pordioseros, edificios asquerosos, viejas con forma de ele y resacas brutales con sake de pésima calidad.

miércoles, 26 de noviembre de 2008

CAMBIO DE COLORES EN EL PAÍS DEL SOL NACIENTE. CHELAS, ASHIYU, OTOÑO

Una de las ventajas de Japón con respecto a la de algunas naciones atrasadas como la vuestra es que el país entero cambia de color cuatro veces al año, con lo que si ya has visitado un sitio que te gusta, puedes volver a ir unos meses después porque el sitio sigue estando bien pero ahora es bastante diferente al haber mutado de color.

No es que los japoneses hayan aplicado su superioridad tecnológica para crear el "cambio cromático", lo que sucede es que en el país del sol naciente las estaciones tienen una personalidad mucho más marcada y extrema que en otros sitios y ello hace que el paisaje cambie en cada época y parezca otro.

Vivir en Osaka ya significa redidir en una localidad horriblemente fea pero interesantísima y que tiene dos ciudades como Nara y Kyoto, con un impresionante patrimonio arquitectónico y dónde siempre hay cosas que hacer, a cuarenta minutos en tren. Es como vivir en Madrid y tener Valencia y Barcelona a 30 kilómetros cada una, además con el cambio cromático resulta mucho más interesante todavía y puedes volver a visitar cada lugar cuatro veces al año como si fueran cuatro sitios distintos.

En verano es el color normal, aunque con un calor y una humedad digna de una república bananera. Pero como todos las ciudades japonesas están rodeadas de montañas y ríos, y los monumentos están situados en parques y en medio de los bosques, pasear por Kyoto o Nara resulta agradable incluso en esa época. En primavera se produce el florecer de los cerezos, y los árboles se hacen rosas, y se diría que el país entero también se vuelve rosa, y los japoneses acuden en masa a los parques para practicar el botellón y contemplar el nuevo paisaje. En invierno, si nieva, el país se cubre de blanco, y es el momento de visitar los templos de Kyoto, cubiertos de nieve, o los estanques, ahora helados, de Nara.

En otoño, koyo (紅葉), las montañas que rodean las ciudades japonesas, (a veces parece que se trate de una sola ciudad estilo Trantor que ocupe todo el país excepto las montañas), y también en los escasos parques que hay en las ciudades, las hojas de los árboles cambian del vulgar verde al rojo, amarillo y verde propios de la bandera de casi todos los países en los que crece el cannabis, y da la impresión de que Japón se a convertido en un cuadro de Manet.

Este año el otoño ha llegado tarde pero hemos podido ya ir a varios sitios a contemplar este canadiense fenómeno. En casi todas partes ha resultado agradable de ver, pero lo mejor ha sido un sitio llamado Takao ( 高雄)que es un barrio de Kyoto separado de la ciudad, a unos diez kilómetros de la misma, que se haya en mitad de las montañas, y donde hay una ruta senderista de unos 4 kilómetros hasta la estación de tren más cercana.


Si bien nosotros nos equivocamos de ruta y al final acabamos llegando al mismo centro de Kyoto varias horas despúes, la verdad es que valió la pena. Las montañas en Japón son hermosas, pero tienen el problema de que no son naturaleza de verdad, hay demasiadas señales y siempre acaba surgiendo una máquina de refrescos y un lavabo público cuando menos te lo esperas.

Pero esta zona se hallaba desiertas de verdad, con gran variedad de paisajes, desde abiertos valles con aguas cristalinas hasta cascadas escondidas entre rocas, con enormes montañas y grandes desfiladeros, la verdad es que me pareció como si estuviera en Canadá en vez de Japón, todo ello a walking distance del centro de una ciudad del tamaño de Barcelona.

Para apreciar en su justa medida un sitio como este, hay que tener en cuenta que Japón tiene más o menos la mitad del tamaño de España pero el triple de población, y particularmente el área de Japón en la que vivo es una de las zonas con mayor densidad de población del mundo.


Y como Japón es un país en el que a menudo detalles sublimes aparecen en el momento justo sobre un fondo a veces de una mediocridad absoluta, después del agradable "paseo", una vez se había hecho de noche y y comentábamos que hacía frío y que estabamos muertos de hambre, nada más llegar a la ciudad apareció primero una tienda de tallarines que vendía unas raciones gigantes a precio asequible y a continuación un ahiyu (足湯)、puede que el único de Kyoto.

Un ashiyu es un pequeño balneario de aguas calientes provenientes del viaje al centro de la tierra en donde por menos un euro o gratis puedes meter los pies y quedarte sentado el rato que quieras con los pies dentro. Teniendo en cuenta que en noviembre en Japón hace frío de verdad por la noche (por la noches es desde las 5 de la tarde), no os podéis imaginar la alegría que nos dio encontrar un sitio como este.

Además este ashiyu destaca porque vende chelas, así que te puedes beber una dentro, y si no hay nadie te puedes incluso sacar de la mochila cubatas traídos de casa y montarte un pequeño botellón.

Otra de las cosas que molan es que está al aire libre en una calle cutre del centro de la ciudad, con vistas a un parking, con lo cual es una sensación genial, las piernas en agua medicinal casi hirviendo, una chela fresquita en la mano y a tu alrededor la fría noche de Kyoto y el sucio paisaje urbano, y gente normal pasando y mirándote y preguntándose qué estarás haciendo ahí dentro.

BARBACOAS JAPONESAS, CHELAS JAPONESAS, SENDERISMO, BAÑOS TERMALES, EL BIGFOOT

Mi primer domingo en Osaka y excursión a las montañas con una amiga de Kikukawa y su marido. Aunque esta amiga de Kikukawa y su marido tienen su propio nombre, como parece que va a ser el que va a conducir en las excursiones que hagamos en coche a partir de ahora, y como también parece ser que en su casa van a celebrarse las tajas de fin de semana, a partir de ahora nos referiremos a él como el Unión japonés, y a su mujer como a la Alicia japonesa.

El sitio al que nos llevaron Unión y Alicia se llama Kishiwada, un pueblo en las afueras de Osaka, en las montañas, del que por supuesto no tenía ni idea. Hay varias cascadas y un área para hacer barbacoas. Lo de las barbacoas está bastante bien. En cualquier parque grande de Japón hay una zona de barbacoas en la que cualquiera puede llevar su barbacoa portatil y su papeo y su chumeo y hacer una, no hace falta reservar ni nada. En España esa modalidad no existe, estaría bien que en parques como el de Viveros de Valencia, la ciudadela de Pamplona o la de Barcelona, o en el Retiro de Madrid, habilitaran zonas así, para facilitar la práctica del deporte carnívoro por parte del pueblo español.


En cualquier caso esta barbacoa no es una barbacoa libre sino privada. Aquí pagas un precio por el alquiler de la barbacoa y la comida está incluida, aunque la cocinas tú mismo. Supongo que el precio será relativamente económico, pero como Unión y Alicia se empeñaron en invitarnos no sé realmente cuánto. Las barbacoas japonesas tienen el inconveniente de que no se dedican a comer carne a lo bestia hasta reventar como cerdos igual que en Europa, sino que hay un poco de todo: carne, verdura, pescado, marisco, etc. La parte positiva es que la carne japonesa es en cualquier sitio de una calidad, tendreza y sabor fuera de lo común, muy superior a la carne que se consume en España a diario, y no hablemos de otras partes de Europa.


Por supuesto, como en toda barbacoa que se precie, en Japón no faltan las correspondientes cantidades ingentes de cerveza. Pese a lo que pueda suponerse, en Japón se bebe una barbaridad de cerveza, quizás no a todas horas como en los bares de España, pero cuando las empresas japonesas cierran entre semana, los oficinistas se van corriendo a los bares para hacerse sus chelitas diarias, y como en Japón la gente trabaja demasiado y además recorre grandes distancias para ir al trabajo, hay que beber a toda pastilla, con lo cual el resultado habitual suele ser sueling.

Todo esto es bastante divertido, el único problema es el precio de la chela en Japón, nada asequible. En el supermercado a precio de bar, en el bar a precio de pub, en el pub a precio de discoteca y así sucesivamente. Por suerte, el alcohol duro es en Japón incluso más barato que en España. Y otra cosa positiva aunque la chela sea cara es que en Japón se puede comprar y consumir cerveza practicamente en cualquier lugar y a cualquier hora (con el tabaco ocurre prácticamente lo mismo), y que el precio de la chela no va aumentando conforme se hace da noche, y que hay maquinas de chela en todas partes incluso en la cima de cualquier montaña sagrada.


En cuanto al senderismo que vino después, senderismo borracho al estilo del Profeta Azul, vimos una hermosa cascada y algunas cosas interesantes, pero lo mejor del día fue cuando Unión y Alicia nos llevaron a unos baños termales típicos del Japón, también llamados onsen (温泉) con agua calienta surgida del viaje al centro de la tierra y todo. Como en los baños japoneses hay entrar desnudo (hay separación entre sexos), y los japoneses no están acostumbrados a tipos tan grandes y tan peludos, los niños se asustaron y comenzaron a gritar, y los viejos me confundieron con un Bigfoot y llamaron a la policía y vino la prensa y el ejército y terminaron durmiéndome con un dardo para osos y me llevaron a un laboratorio para hacerme pruebas. Kikukawa intentó aclararlo todo diciendo que yo no era un monstruo y que era su novio, así que al día siguiente Kikukawa salió también en el periódico como la novia del Monstruo. Quien quiera saber cómo terminó todo, que vea el correspondiente episodio de los Simpson. En la foto, vista de un pueblo típico japonés, con los tradicionales postes de alta tensión por todas partes.